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¿Por qué le apostamos a la ropa de segundo uso y a los productos ecológicos?

Actualizado: 16 ago 2023




La globalización, además de ser un proceso de tipo económico, es un proceso que comprende características culturales y sociales (Alonso, 2008). Así, la diferencia entre el hombre económico y el hombre social permite ahondar en dinámicas estructurales más complejas que una mera descripción macroeconómica. Este fenómeno trajo consigo el consumo actual que ha generado efectos diferenciales en las formas y sentidos de consumir y, como consecuencia, “en el momento actual el consumo es un elemento primordial en la construcción de (…) los estilos de vida” (Alonso, 2008, p. 27) o lo que puede denominarse también como Habitus.



El consumo como concepto se puede definir como el hecho de satisfacer necesidades; sin embargo, lo que ha ocasionado que prolifere el estilo de vida consumista es “la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios” (RAE), es decir, el consumismo, promovido por las marcas a través de productos que permiten diferenciar socialmente a las personas. Así, de acuerdo con Pérez (2013), no es lo mismo alguien que lleva puesto un vestido sin marca alguna que alguien que lleva puesto, por ejemplo, un vestido de la marca Chanel, pues este último es una forma de caracterizar la clase social a la que pertenece el individuo portador. En ese sentido, las marcas promueven el consumismo teniendo como factor diferencial el dinero o la capacidad adquisitiva.

Según Pérez (2013), la sociedad de consumo atiende a lo aspiracional, a ser mejor; por ello, en cada sujeto radica la necesidad constante de adquirir un nuevo y ‘mejor’ producto, debido a que las marcas inducen el imaginario de que tales bienes contribuyen a mejorar la calidad de vida. En este sentido, la globalización ha creado a la sociedad de consumo, donde vivir es consumir. Así, el estilo de vida o Habitus se ha constituido en relación con el imaginario de calidad de vida que el consumismo ha inducido.


Como consecuencia, “una sociedad que no reflexiona sobre sus formas de consumo está abocada a (…) convertirse en un simple agregado de egoísmos excluyentes” (Alonso, 2008, p. 28) cuyo resultado ha desencadenado la crisis ambiental, tanto si se considera la industria en general como en particular la industria textil de la moda. Según delegados de las Naciones Unidas, una de las dinámicas globalizadoras más contaminantes del mundo y principal culpable del calentamiento global es la industria textil de la moda, vista actualmente como una de las causas de la emergencia ambiental, debido a que es la segunda industria que necesita más agua en todo el mundo: para producir un kilo de algodón, que alcanza para la producción de un par de bluyines, esta industria demanda unos 10.000 litros de agua, cantidad equivalente a lo que se tomaría un ser humano en diez años –según datos de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (Unece)-. Tales campos de algodón son enormes, además que es necesario regarlos con pesticidas e insecticidas; es así como cada año esta industria se absorbe el 11% de los pesticidas y el 24% de los insecticidas a nivel global. Para abaratar costos, la industria textil produce ciertas fibras plásticas que intercalan con el algodón, las cuales gastan aún más agua y, además, requieren de la quema de petróleo.


Según la Fundación Ellen MacArthur (s.f.), las fibras plásticas necesarias para producir ropa terminan cada año en el océano en una cantidad equivalente a 50.000 millones de botellas de gaseosa. De acuerdo con el informe ‘A new textiles economy: Redesigning fashion’s future’, se requieren todas las cantidades monumentales de recursos naturales -mencionadas y más- para producir prendas que solo serán utilizadas, en el mejor de los casos, unas diez veces. Así mismo, esta industria emite a la atmósfera cada año el 26% de los gases culpables del calentamiento global y, además, es la responsable del 20% de las aguas residuales que se producen cada año en el mundo (Redacción Medio Ambiente, 2018).


Por lo anterior y otras razones que no corresponden a este proyecto, la crisis ambiental es la crisis de esta época, dado que emerge de la racionalidad de la modernidad que conduce a la sobreexplotación de la naturaleza (Leff, 2010), todo ello alineado hacia el consumo inconsciente y desmedido. Así, la crisis ambiental no se resume en la necesidad de un consumo consciente por parte de las personas sino en la necesidad de generar en la sociedad una nueva relación entre lo real y lo simbólico para la construcción de una racionalidad alternativa. Esto es, justamente, lo que se desconoce de la crisis ambiental de nuestro tiempo, “la forma y el grado en que la racionalidad de la modernidad ha intervenido al mundo, socavando las bases de sustentabilidad de la vida e invadiendo los mundos de vida de las diversas culturas que conforman a la raza humana, en una escala planetaria” (Leff, 2004, p.).


En este sentido, la relación sociedad-naturaleza que promueve el sistema económico actual no es sensible a las necesidades del planeta; por ello se necesita una racionalidad alternativa que dialogue con la sustentabilidad, pues este fenómeno de la moda está situado en una sociedad consumista y una industria millonaria que fomenta el derroche y el consumo (Blanco & Cossimi, s.f.).

 
 
 

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